Que te parece si voy y me tomo las doce uvas, esas que representen las veces que me han partido el corazón, con las cuales finalice mi año, otro que pasa sin detenerse en los buenos momentos más que el estrictamente necesario.

Doce, un número que abarca muchas cosas; los meses que recorren historias desperdigadas por el espacio-tiempo, historias terminadas con un final amargo, otras que siguen como siempre, pero ninguna que vaya en auge, sino en declive; doce canciones desesperadas de un amor incondicional y destruido por los estereotipos de esta sociedad, dada y dado por hecho, en la que nos hallamos; doce pueden ser los kilómetros que interceden entre el triunfo y el fracaso.

No fue hace nada, pero fue hace mucho, meses que nos separen y días que queden por pasar.

Distancias, personas, lugares, encuentros y momentos diseminados por todas las letras de las canciones más inverosímiles que he podido comprobar hasta ahora. Y que te parece si con ellas me salto las normas, las reglas, esas costumbres ancladas a la razón de los ilustrados a la cual me encuentro sojuzgado.

Que concibo el éxito bajo una anarquía imperante en la sociedad, sé a mi temprana edad en qué derivaría tal disparate. Pero me paro y pienso en cómo hacer que tú y yo no nos crucemos más, y para ello necesito que no estés bajo el mandato de nadie y te vayas lejos. No voy a nombrar el topicazo de “te quiero bien lejos”.

Vuelvo a decir que si se acaba el año y parece que no he hecho nada, eso significa que he hecho mucho. Mucho y nada, poco y todo, sí me iré lejos, hasta el polo norte si ahí calmo este fuego interior que tengo. Pronto para pensar que pasan los años muy rápido, y que no he podido hacer todas las cosas que yo hubiera querido.

Si os parece, cojo y me despido de vosotros, de los segundos, minutos y horas que pasan circunspectos y adyacentes a mí, que pasan y pasan y en ninguno de ellos tengo la determinación, que haga que me decida y salir para evadirme y olvidar otro lapso de mi corta y atemperada vida, y de tal manera darme cuenta de que a partir de cierto punto, las cifras dejan de importar, y lo único que queda es una masa sin rostro de una multitud.

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