Fastuosidad febril.

Fastuosidad febril.

No merece la pena, no merecen ni él ni ella, la pena. No lo merecen ni ellos ni tú, ni nosotros ni aquél pobre infeliz. No somos dignos de juzgarnos. No somos tan valientes como para retornos, no lo somos, no lo fuimos y no lo seremos. Pero con entera sapiencia sé que, siempre pude, siempre puedo y siempre podré. Aunque ante todo ello toparé con insolentes, zopencos y mentecatos que tratarán de labrar su camino en pos del mío.

Especula con la vida de los demás y tus opiniones caerán en saco roto. Remítete a tus enfermedades y sabrás cuáles son tus debilidades. Ahonda en tu mente y descubrirás miedos enterrados.

Diatriba iridiscente, soliloquio resplandeciente, trípode que proyecta, pero no ase. Soledad tumultuosa, muchedumbre asolada, cumbre soterrada. Incoherencias conexas e inconexiones coherentes. Coloquio compulsivo, navidad acalorada. Todo fluye hacia el antitético, así por quien más lloras, más ríe.

La soledad, maravillosa; la compañía, un alter ego de ella. Poca empatía y mucha simpatía. Mucha pomposidad y poca austeridad. Sitio fijo en un lugar que refugiarse cuando lo más lóbrego se cierne sobre ti, para cultivarte, para escaparte, para encerrarte, para no sentir desavenencia.

Echo de menos sentirme yo y ser yo, echo de menos lo que hay que echar de menos, me muero sin sentirme yo, sin encontrarme, dando tumbos entre extremos inalcanzables. No quiero ser más yo, quiero ser aquél yo, porque alcanzar el superyó es arduamente imposible para alguien que es inferior al yo. Yo, yo, yo y de nuevo yo, y por qué no, otra vez yo. Ahí reside el problema, en mí. O reside en mí, o enteramente soy yo la traba, el impedimento de mí mismo, el problema.

Los meses discurren con loable procacidad, no se detienen, y desamparas la creencia de ser quien creías ser. Te das cuenta de que la vida no te quiere, y tú no sientes reciprocidad hacia ella. De que de la misma manera, nadie te quiere, pero tú sí quieres querer. También te das cuenta de que los recuerdos se van hacinando, los execrables encima de los virtuosos, ocultando la felicidad, feneciendo y destruyendo una alentadora esperanza.

No volveré a ser yo, mi yo no es lícito en lo cotidiano, puesto que no gusta, sino que repulsa y horripila. No me sentiré bien de nuevo en un tiempo finito. No, digo que no por enésima vez, no volveré a decir sí, sólo a aquella. No me tengo afecto a mí mismo, no me quiero, pero es plausible, si nadie me quiere y entiendo por qué, ¿cómo me voy a querer?

Tan bueno que me asemejo a iluso. Encuentro extenuación en el hecho de que acometan juicio sobre mí sin aclararse la vista ante el espejo ellos previamente. Es ahora cuando encuentro mayor placer en intentar producir un solvato de mi existencia, fundiéndome conmigo mismo; en no pasar tiempo con nadie; en no confiar en nadie; en ir a la mía y no en pos de la suya. Ahí os dejo con mi descaro de barbián, ¿os traerá zozobra mental? No me descalabazaré para saber si positivo o negativo. Relato esto mismo, para dejar constancia y así extirpar el tumor que en mí produce su desafecto.

La vida no me quiere, y yo no la quiero a ella. Nadie me quiere y, aunque yo quisiera querer, he aprendido que es mejor que no; los recuerdos escapan de mi mente y dejo que se vayan. De esta forma puedo escribir las líneas más negras que jamás haya rubricado. La soledad, maravillosa; la compañía, un alter ego de ella.

Lirismo inherente.

Lirismo inherente.

Salto inconexo entre distintas especies de entendimiento vital, todo ello por el duro trajín de haber sufrido un putamadral, por haber sido excomulgado y expelido de lo que en un soliloquio cardinal se considera normal. Hasta que cese de intentar vivir como la mayoría considera; como si uno no es, ya no, si sí, tampoco; además de aquello y lo anterior, mas del tiempo, poco se ve. Qué lío inconexo, pero cómo de bien lo evidencia todo, cuán atrevido resulta y cómo de simple se expresa.

La letanía le lleva lento lastrando las locas ligaduras livianas, estupefacto entrando en equívoco estado encerado, jovial juntando juncos jugosos. Osado odio ostento ociosamente originado. Oteo onanístico, subo siempre sin sentido sistematizado, siendo sólo simple sismo sitiado.

Me gusta, lo amo, lo adoro, lo siento cual deseo inquebrantable e impenetrable. Siempre me siento cómodo y a gusto cerca de él, o eso debe ser. Qué tortura todo ello, ¿por qué he de buscarlo en cada momento? Lo sigo, persigo; hallo placer excitante en continuar con él a mi lado. Hablo de él como un impronunciable, como maldición que me asola, mas lo requiero, ¿no? Cuán confuso me siento, porque lo único que sé es que me columpio sobre el error.

No sabré jamás remediar mi simposio transitorio, por ello lo plasmo para que quien sepa sacar las conclusiones que en el reverso expreso, pueda apuntar ejemplos no plausibles. No obstante, me atrevo a dar ciertas directrices. Rebosa, yergue, ríe, plañe, falla, hazlo bien, hazlo mal, pero no te acomodes en el pavimento si niegas el ascenso, porque así no llegarás a la cima. Aun cuando, es claro que te hallarás cual perdulario en el suelo después de caer, después del golpe, del agotamiento y del vahído. Muchas de dichas caídas dejan exhausto, pero no puede acostumbrarse a elevar la mirada, sino a bajarla, a ver el paisaje de decepción desde la perspectiva más encumbrada que uno mismo haya deseado. Yo tamizo esta altura en el pundonor desde el que no sea capaz de divisar la frustración que en ocasiones decidí aceptar, sólo en el que sea posible otear el esfuerzo que a ello me ha elevado.

Es todo evidente, todo, hasta la mínima dosis de realidad que te despierta en ciertas situaciones en las que se siente el estupor como una fragua en su punto más álgido. Sin embargo, la sociedad sectaria que toca transitar no acepta la expresión de tales evidencias y tiene mayor predilección por el enmudecimiento de aquella sobre la que opera.

De tanta libertad que reclaman aquellos ignorantes, preso uno se halla. Y esto es de dicha manera, no por mi desconocimiento, sino por todo lo antitético o antagónico, por aquella supremacía que poco se deja ver. Esa excarcelación, liviano honor hace a su nombre, ya que lo que acaban haciendo es imponer su propia autodeterminación, con ciertos convincentes argumentos, para los mismos que expreso, sin embargo, no para otros que posteriormente he evidenciado.

Exponencialmente se reduce la presteza para decir aquello que uno opina y, a tal velocidad se reduce, que acabará tomando el silencio la hegemonía de la palabra. Cada vez es menos plausible expresar tus pensamientos sin haberlo sopesado mil veces antes, para que libertinos no se ofendan. Sí, los califico como tal, puesto que reclaman libertad, pero sin ningún titubeo deciden sesgar mi capacidad de opinión, para con ello exacerbar su endevotada creencia de que son ellos los que albergan la razón y cordura. Y me pregunto, ¿no resulta ambiguo? ¿Que para llevar al éxtasis la libertad de expresión, tenga yo que demudar la mía en pos de la suya?

Me lo pregunto y lo reitero en mi cabeza como medidas para llegar a conseguirlo, a culminar aquello que todo aquél con mínima ambición desea. Y ello es como un cable en el tendido eléctrico o la Luna, que te persigue pero nunca te alcanza, porque tú eres inalcanzable, improbable de conseguir, aún cuando, también imprevisible, querido éxito.

Introspección negativa.

Introspección negativa.

Mi yo, mi quién, ya no sé quién soy. Vagabundear por estados humanos de los que te digan que nunca vas a poder salir, de los que implorarás el indulto y recurrirás al mayor de los decoros. Una sentencia ecuánime, que dictatorialmente deplore por la justicia justa, redundando en el elemento esencial.

No hay un expreso manual que nos guíe al éxito, pero quizá es hora de que alguien empiece a escribirlo, a elaborarlo. Compendiando en él una fórmula de vida dirigente hacia el clímax de la protuberancia exitosa, allí donde todo pueda ser posible. Sin embargo, debe tenerse ávida cuenta de lo extremadamente codiciado que vendría siendo ese manual.

Y después de otros tediosos doce, ¿qué es lo que toca ahora? Seguir adelante, afrontar con gran entereza lo que venga, pero, ¿con la compañía de quién? Personas que llegan en los culminantes momentos de los doce y que se presentan como algo mejor de lo que se han presentado otras en doce, sin embargo, no en una docena de divisiones trigésimas en su mayoría, sino en una docena divisible en otros doce.

Derivando a un estado sin ánimo de buen juicio por considerarme por inferior de la media, por querer ser el prodigio que escriba ese manual, porque, porque y porque… Excusas sin sentido, el mismo que tiene mi jodida vida sin la persona que en menos estima me tiene, si bien la boca se le llena de sin juicios exuberantes para ensalzar un hecho, que ha quedado como una simple institución, pero que ya viene significando nada más que eso. Venga va, tolera, soporta, sobrelleva un poco más ese acto por el que te ningunean, total no va a ser la primera ni la última vez.

A pesar de ello tengo gran confianza en estos nuevos doce, en los cuales se pueda suceder una concatenación de coexistentes hechos con más alegría y con una primacía de lo honorífico, sin olvidar momentos de anquilosamiento de la mente por situaciones de extrema excitación y evasión. Y por ello, y no sin más, me hallo contando con los escasos dedos que poseo las personas que ahora se encuentran para compendiar al final de ellos las que continúan y las que se han expelido de mi buena, mala, deplorable o incluso exasperante compañía.

No terminaré sin nombrar uno de mis mayores temores, que puede ser el que acabe conmigo, no obstante, por ello hay que tener en cuenta que la peor manera de echar de menos a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener.

 

El soslayo de la muerte viva.

El soslayo de la muerte viva.

A situaciones desesperadas corresponden medidas desesperadas, recalco y subrayo, como si de unos textos teóricos y en gran estima de ser recordados para en una posterior prueba evaluable ser plasmados se tratase, el hecho de la pura angustia irremediable, para con ello tener en licencia el poder con el cual no ser neciamente culpable de la acción, y en ello medida que deba ser desesperada.

Mas que desesperación, que aturdimiento del sinsentido sentimiento. Sería más estimable tener un elemento de tinta para en pos de la verdad plasmar el veredicto del sentimiento recluido en la prisión en vigilancia del celador que abre y cierra ventrículos, por los cuales se escapan las sensaciones climáticas. Aunque ese afecto, ese dolor, esa pasión, tristeza, pena, conmoción, jamás va a ser capaz de salir de dicho agujero insondable, por no tener alentadora motivación del mismo exterior sondable.

Destino sin fijación, rumbo sin camino escrutable, final mortuorio, principio apocado. Linaje colateral inexistente, y con ello sentimiento y vacío, desencadenante de una soledad perpetua, de la carencia de poder compartir vida y obra más que conmigo mismo. Aun cuando, esta soledad no se refleja únicamente en el ámbito de consanguineidad, sino más arduamente en medio de la escasa, pobre, difusa e impracticable biografía colectiva.

Negativamente tendré conciencia de lo que es discernir ese hecho, ese linaje colateral del cual no soy poseedor y nunca, evocando al mismo jamás, eludiendo al siempre, subyaciendo por debajo del no, esa experiencia de saber que no soy el único, será evaporada, volatilizada e incluso expelida a voluntad extenuante y exasperante. Y siendo de esta y no otra manera, no podrá ser una serendipia, sino una búsqueda exhaustiva, total, absoluta e íntegra, de la cual no se podrá sino obtener un falso oro, una pirita, la llamada el oro de los tontos. Mera y banalmente me hallo abyecto por la inmundicia de saberme engañado por algo tan insustancial y de poca aspiración a lo divino.

Cedo el legado a quien sepa llevar estos sentimientos de por vida, por considerarle por encima de lo superior, aquél que no se muestra conforme hasta que lo bueno es mejor, y lo mejor, excelente. Ese aquél que yo resulté ser algún lejano día. No obstante, cada vez es menos fácil sobrellevar la carga que me pesa, que no huye de la gravedad, sino que actúa con ella, pareciendo que ésta sea muy superior a lo que realmente es con algo inmaterial y simplemente espiritual.

Me distancio en holgura cada vez más de poseer apetencia, avidez o deseo de seguir la senda mortuoria adelante, de admitir, profesar, dogmatizar, fanatizar o estimar que la vida es útil para cosa más fructífera que para transitar y errar por ella. Así, no quisiera ahora, en este momento, más que la muerte me hallara esperándola con los brazos en posición de ser medida la envergadura. Y a todo ello especio que si lo que se lleva la vida se dice que está tan sumamente cercano y próximo en el tiempo desolador, preferiría e incluso desearía que no se demorara más, pero como es bien sabido, únicamente es mero deseo, el cual no implica acción, es pasivo, no activo, es estático y del mismo subconsciente.

Luego, en el momento en el cual me localizo a mí mismo pensando en aquello que puede hacer que discrepe con ese antojo liviano, se desagua, por ser requerido para mi escrutinio vital beber de tu boca de la cual emana el elixir de mi juventud; imploro extasiarme con tu mirada; que mis oídos se deleiten con tu voz como si de una orquesta se tratara o tratase; sentir el puro, lujurioso, desvergonzado, frívolo, inconstante y voluble tacto de tu piel y que por consiguiente la mía se torne en estado de excitación actual; oler el leve aroma embriagador que rezumas y el narcotizante efecto que tiene el sentir la vaporosa fragancia de tu pelo; y por último percibir con todo ello, y no en desapego de mí, todo tu conjunto siendo ello un manjar etéreo.

En meseta, me tacharán de atolondrado e irreflexivo, pero la tristeza no es desventura cuando no se ha hecho daño a nadie a sabiendas.