El soslayo de la muerte viva.

El soslayo de la muerte viva.

A situaciones desesperadas corresponden medidas desesperadas, recalco y subrayo, como si de unos textos teóricos y en gran estima de ser recordados para en una posterior prueba evaluable ser plasmados se tratase, el hecho de la pura angustia irremediable, para con ello tener en licencia el poder con el cual no ser neciamente culpable de la acción, y en ello medida que deba ser desesperada.

Mas que desesperación, que aturdimiento del sinsentido sentimiento. Sería más estimable tener un elemento de tinta para en pos de la verdad plasmar el veredicto del sentimiento recluido en la prisión en vigilancia del celador que abre y cierra ventrículos, por los cuales se escapan las sensaciones climáticas. Aunque ese afecto, ese dolor, esa pasión, tristeza, pena, conmoción, jamás va a ser capaz de salir de dicho agujero insondable, por no tener alentadora motivación del mismo exterior sondable.

Destino sin fijación, rumbo sin camino escrutable, final mortuorio, principio apocado. Linaje colateral inexistente, y con ello sentimiento y vacío, desencadenante de una soledad perpetua, de la carencia de poder compartir vida y obra más que conmigo mismo. Aun cuando, esta soledad no se refleja únicamente en el ámbito de consanguineidad, sino más arduamente en medio de la escasa, pobre, difusa e impracticable biografía colectiva.

Negativamente tendré conciencia de lo que es discernir ese hecho, ese linaje colateral del cual no soy poseedor y nunca, evocando al mismo jamás, eludiendo al siempre, subyaciendo por debajo del no, esa experiencia de saber que no soy el único, será evaporada, volatilizada e incluso expelida a voluntad extenuante y exasperante. Y siendo de esta y no otra manera, no podrá ser una serendipia, sino una búsqueda exhaustiva, total, absoluta e íntegra, de la cual no se podrá sino obtener un falso oro, una pirita, la llamada el oro de los tontos. Mera y banalmente me hallo abyecto por la inmundicia de saberme engañado por algo tan insustancial y de poca aspiración a lo divino.

Cedo el legado a quien sepa llevar estos sentimientos de por vida, por considerarle por encima de lo superior, aquél que no se muestra conforme hasta que lo bueno es mejor, y lo mejor, excelente. Ese aquél que yo resulté ser algún lejano día. No obstante, cada vez es menos fácil sobrellevar la carga que me pesa, que no huye de la gravedad, sino que actúa con ella, pareciendo que ésta sea muy superior a lo que realmente es con algo inmaterial y simplemente espiritual.

Me distancio en holgura cada vez más de poseer apetencia, avidez o deseo de seguir la senda mortuoria adelante, de admitir, profesar, dogmatizar, fanatizar o estimar que la vida es útil para cosa más fructífera que para transitar y errar por ella. Así, no quisiera ahora, en este momento, más que la muerte me hallara esperándola con los brazos en posición de ser medida la envergadura. Y a todo ello especio que si lo que se lleva la vida se dice que está tan sumamente cercano y próximo en el tiempo desolador, preferiría e incluso desearía que no se demorara más, pero como es bien sabido, únicamente es mero deseo, el cual no implica acción, es pasivo, no activo, es estático y del mismo subconsciente.

Luego, en el momento en el cual me localizo a mí mismo pensando en aquello que puede hacer que discrepe con ese antojo liviano, se desagua, por ser requerido para mi escrutinio vital beber de tu boca de la cual emana el elixir de mi juventud; imploro extasiarme con tu mirada; que mis oídos se deleiten con tu voz como si de una orquesta se tratara o tratase; sentir el puro, lujurioso, desvergonzado, frívolo, inconstante y voluble tacto de tu piel y que por consiguiente la mía se torne en estado de excitación actual; oler el leve aroma embriagador que rezumas y el narcotizante efecto que tiene el sentir la vaporosa fragancia de tu pelo; y por último percibir con todo ello, y no en desapego de mí, todo tu conjunto siendo ello un manjar etéreo.

En meseta, me tacharán de atolondrado e irreflexivo, pero la tristeza no es desventura cuando no se ha hecho daño a nadie a sabiendas.